Miloc: el peso real de su legado

Por: César Vargas


No hay mejor forma de perder de vista algo, que tenerlo demasiado cerca.

Estamos tan acostumbrados a la presencia de Carlos Miloc en la ciudad que hemos perdido de vista el legado real del legendario “Tanque” uruguayo.

Dos sucesos me han sacudido a lo largo de mi carrera periodística para ver en su verdadera dimensión la trayectoria de Don Carlos.

El último sucedió esta semana cuando nos enteramos de que había sufrido un microinfarto cerebral, del que por fortuna salió bien librado.

El otro episodio tuvo lugar en su casa de la colonia Lomas del Roble, en San Nicolás de los Garza. Era el año 2007, cuando por idea  de nuestro editor El Norte, Ismael López, sostuve una larga entrevista con Miloc para conmemorar sus 50 años de haber llegado a México.

“Guarda la grabación”, me aconsejó Ismael en referencia a lo que en el futuro representaría poder contar la historia de un personaje de ese calibre con su propia voz.

Durante la entrevista repasamos época por época su obra. Por esas cuestiones del espacio muchas de aquellas palabras quedaron fuera del reportaje.

Y una década después de aquella entrevista, la grabación se perdió en algún entre los asaltos del tiempo y la tecnología.

Pero en cambio salí de aquel hogar con la certeza de que es ingrato resumir el legado de Miloc en tan sólo los dos títulos de Liga con los Tigres y el invicto de 13 Clásicos sin derrota ante los Rayados. No hay duda: la personalidad de Carlos Miloc contribuyó de manera determinante en configurar la identidad del futbol regiomontano.

Si la llegada de Alberto Santos a la directiva de los Rayados representó el “boom” del futbol en la ciudad, la presencia de don Carlos en Tigres nos abrió la puerta hacia algo que parecía vedado para la ciudad: sentirnos de campeones de Liga.

No sólo los dos títulos de las temporadas 77-78 y 81-82 nos pusieron en el mapa futbolístico, también la manera en que el grupo de jugadores comandados por Miloc copaba la cancha.

Sus pisadas eran las de unos auténticos tigres acechando a su presa, serenos en ciertos momentos, pero apasionados, devoradores, en otros.

Legendarios eran los enfrentamientos con otro equipo de la época que mezclaba también esa pasión de la clase obrera con el arte de los iluminados: los Pumas de Cuéllar, de Cabinho, de Hugo Sánchez, de Muñante.

Si el equipo trae la garra desde la cuna, desde los tiempos de la Segunda División y su aparición con el Máximo Circuito, es con Miloc donde alcanza su punto máximo.

Don Carlos vivía al máximo cada partido, no andaba con medias tintas al momento de declarar. Como solía decirlo, sus jugadores eran un grupo de hombres.

Un DT… y psicólogo

Aún no instauraba en gran escala la llegada de los psicólogos a los planteles de los equipos, y ya Miloc manejaba la mente de sus jugadores de una manera intuitiba, sabia. Osvaldo Batocletti, el capitán de aquellos Tigres, lo resume así:

“Don Carlos, aparte de ser muy buen entrenador, tenía la facilidad de poder sacarle al jugador el 100 por ciento a cada uno de ellos; tenía la capacidad don Carlos, aparte de ser buen técnico, era ser psicólogo también”, describe “Bato”.

“Él sabía con qué jugador ir y recordarle el 10 de mayo, a qué jugador ir y apapacharlo, a qué jugador buscarle por otro lado para que le diera el 100 por ciento dentro del terreno de juego, y si recordamos, no éramos al principio, cuando llegó don Carlos, un equipo muy joven; sin embargo, él tuvo la capacidad para sacarle provecho a jugadores veteranos”, analiza.

Los Clásicos Regios no pueden entenderse sin la presencia de este técnico y su legendaria guayabera. No sólo se mantuvo invicto en 13 duelos ante el Monterrey, sus palabras avivaron el fuego que calienta estos partidos hasta nuestros días.

Bajo su mando Tigres empezó a dejar de ser el hermano menor para hablarse de tú con el Monterrey.

“Quisieron ponerse la piel del tigre antes de matarlo”, declaró un día para referirse a un partido donde el Monterrey no supo mantener la ventaja ante los felinos en un duelo de la ciudad.

En otro Clásico tuvo la claridad y la serenidad para en medio de una trifulca mantener dentro del campo al número suficiente de sus jugadores para vencer a los Rayados por abandono de campo.

Y en el Clásico 13 de su carrera regresó para romper una racha de los Tigres sin vencer al Monterrey.

Su andar por en el banquillo no fue exitoso con todos los equipos, pero en los Tecos de la UAG estableció una marca de 20 partidos sin derrota.

Y con el América hubiera sido campeón de Liga si el cañón de Ricardo “Tuca” Ferretti no hubiera mandado el balón en las redes en el partido de vuelta de la Final de Liga.

Con las Águilas se coronó en la Concacaf y logró el título de la Copa Interamericana ante el Olimpia de Paraguay, serie donde su pasión lo llevó a una pelea con un jugador rival en el campo, que propició el fin de su paso por el equipo capitalino.

Su estela lo llevó hasta Centroamérica. En Guatemala logró tres campeonatos de Liga con el Comunicaciones y después dirigió brevemente la Selección de ese país. Le alcanzó todavía para alzar otra corona de Liga en Costa Rica, con el Herediano.

“A ese equipo lo dirijo por teléfono”, declaró alguna vez para referirse a un América plagado de figuras, siendo su rival.

Otra frase suya quedó grabada en piedra en la idiosincrasia de nuestro futbol.

“El gol es el táctico”, declaró alguna vez Miloc para referirse al manejo del partido que otorgaba ponerse arriba en el marcador.

Su legado tocó otras latitudes como el inolvidable Deportivo Cúcuta colombiano, del que fue centro delantero, y al San Luis, al que ascendió de manera épica.

Un 13 de julio de 1953 arribó junto a su esposa Angélica René a México para enrolarse con el Morelia. Tenía 23 años.

Una amiga de su esposa intentó persuadirlos de no venir a México, advirtiéndoles que aquí se robaban a las muchachas, que la gente andaba armada y a caballo. Por fortuna no le hicieron caso.

En Morelia escribió su nombre entre los goleadores históricos del equipo, para luego vestir la camiseta del Irapuato y León.

¿Qué le falta a Miloc por cumplir?, le solté en aquella ocasión.

«Uno de mis últimos deseos es que un día quiero ver a Tigres campeón en el Universitario. Otro es que Tigres le brinde el homenaje que le debe a aquel equipo que ascendió a Primera División».

El primero ya se cumplió. El segundo deseo está pendiente.

-¿Cómo le gustaría ser recordado cuando ya no esté?

Las pretensiones de Don Carlos son sencillas.

«Me gustaría que sobre mi persona, lo que recojan mis descendientes cuando yo ya no exista, en el momento en que por el apellido los identifiquen, sepan que era un buen tipo», dijo entonces.

El futbol que se juega en la cancha del Estadio Universitario hace tiempo que no está a altura de la pasión con la que la afición lo vive en las tribunas y en sus casas….

Pero ahora que lo pienso bien, creo que el alma de Miloc vive, y vivirá el día que ya no esté, en cada aficionado que se entrega al filo de la butaca en cada partido en el Volcán.

Ese es el peso real de su legado. Y ese no se mide en títulos ni en partidos ganados.

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